lunes, 6 de abril de 2009

La bola de acero ///

Una bola de acero cayó estrepitosamente en mi memoria causando un ruido infernal.
Me detengo, respiro superficialmente observando la cara de los presentes que perciben la presencia etonante de la bola, sonrio aburrida y con disimulo continuo con mi discurso.
Los tipos que están frente a mi llevan bigotes esponjosos escondiendo sus bocas (no sé si sonríen o bostezan), creo saber lo que piensan cuando me escuchan, pero sobre todo creo percibir lo que sienten mientras me miran, sienten desprecio.
Hay una silla vacía a mis espaldas que me recuerda el cansancio que cargo en mis pies fétidos, no consigo verla, pero la imagino confortable y sobre todo, mía.
Uno de los señores pide la palabra, lo escucho con desinterés, él pestañea cientos de veces a medida que desparrama una montón de palabras sin sentido, nadie parece escucharlo y yo no soy la excepción.
Camino hacia atrás con los ojos detenidos en el buraco baboso del hombre que se mueve en cámara lenta, los ojos de los demás están fijos en las agujas del reloj, mis pies dibujan círculos buscando tocar una de las patas de la silla, finalmente consigo enganchar la punta de mi zapato en una de ellas, y ahi me tiro hacia atràs sin medir distancias ni pesos, cayendo estrepitosamente sobre una bola de acero.
Las miradas me hunden aun mas en la gravedad, pierdo el equilibrio, mis brazos se balancean como alas de pajaros, la bola pasea por mis nalgas, luego por mis homoplatos, me doy vuelta agil y miedosamente como un panqueque en el sartén quedando cara a cara con la bola.
Una risa maliciosa contagia la carcajada al grupo, son diez, veinte, treinta bocas escondidas que rien, no puedo verlos, solo veo mi reflejo en el metal macizo.
El timbre suena vaciando en segundos la sala y las risas se van perdiendo por los pasillos.
Continuo nariz a nariz con la bola, reclamandole su inoportuna presencia, su llegada inesperada, ella quieta, redonda y brillante me mira muda con una vanidad insoportable, digna de una bola de acero.


Cathy Burghi

domingo, 5 de abril de 2009

Burla burlando ya van seis delante

Más allá de los cincuenta años empezamos a morirnos poco a poco en otras muertes. Los grandes magos, los chamanes de la juventud parten sucesivamente. A veces ya no pensábamos tanto en ellos, se habían quedado atrás en la historia; other voices, other rooms nos reclamaban. De alguna manera estaban siempre allí, pero como los cuadros que ya no se miran como al principio, los poemas que sólo perfuman vagamente la memoria.

Entonces —cada cual tendrá sus sombras queridas, sus grandes intercesores— llega el día en que el primero de ellos invade horriblemente los diarios y la radio. Tal vez tardaremos en darnos cuenta de que también nuestra muerte ha empezado ese día; yo sí lo supe la noche en que en mitad de una cena alguien aludió indiferente a una noticia de la televisión, en Milly-la-Forêt acababa de morir Jean Cocteau, un pedazo de mí también caía muerto sobre los manteles, entre las frases convencionales.

Los otros han ido siguiendo, siempre del mismo modo, Louis Armstrong, Pablo Picasso, Stravinski, Duke Ellington, y anoche, mientras yo tosía en un hospital de La Habana, anoche en una voz de amigo que me traía hasta la cama el rumor del mundo de afuera, Charles Chaplin. Saldré de este hospital. Saldré curado, eso es seguro, pero por sexta vez un poco menos vivo.


Julio Cortazar, "Un tal Lucas"

Recomendación literaria ///

Cazador de crépusculos

Si yo fuera cineasta me dedicaría a cazar crepúsculos. Todo lo tengo estudiado menos el capital necesario para la safari, porque un crepúsculo no se deja cazar así nomás, quiero decir que a veces empieza poquita cosa y justo cuando se lo abandona le salen todas las plumas, o inversamente es un despilfarro cromático y de golpe se nos queda como un loro enjabonado, y en los dos casos se supone una cámara con buena película de color, gastos de viaje y pernoctaciones previas, vigilancia del cielo y elección del horizonte más propicio, cosas nada baratas. De todas maneras creo que si fuera cineasta tendría las mismas exigencias que con la palabra, las mujeres o la geopolítica.

No es así y me consuelo imaginando el crepúsculo ya cazado, durmiendo en su larguísima espiral enlatada. Mi plan: no solamente la caza, sino la restitución del crepúsculo a mis semejantes que poco saben de ellos, quiero decir la gente de la ciudad que ve ponerse el sol, si lo ve, detrás del edificio de correos, de los departamentos de enfrente o en un subhorizonte de antenas de televisión y faroles de alumbrado. La película sería muda, o con una banda sonora que registrara solamente los sonidos contemporáneos del crepúsculo filmado, probablemente algún ladrido de perro o zumbidos de moscardones, con suerte una campanita de oveja o un golpe de ola si el crepúsculo fuera marino.

Por experiencia y reloj pulsera sé que un buen crepúsculo no va más allá de veinte minutos entre el clímax y el anticlímax, dos cosas que eliminaría para dejar tan sólo su lento juego interno, su calidoscopio de imperceptibles mutaciones; se tendría así una película de ésas que llaman documentales y que se pasan antes de Brigitte Bardot mientras la gente se va acomodando y mira la pantalla como si todavía estuviera en el ómnibus o en el subte. Mi película tendría una leyenda impresa (acaso una voz off) dentro de estas líneas: "Lo que va a verse es el crepúsculo del 7 de junio de 1976, filmado en X con película M y con cámara fija, sin interrupción durante Z minutos. El público queda informado de que fuera del crepúsculo no sucede absolutamente nada, por lo cual se le aconseja proceder como si estuviera en su casa y hacer lo que se le dé la santa gana; por ejemplo, mirar el crepúsculo, darle la espalda, hablar con los demás, pasearse, etc. Lamentamos no poder sugerirle que fume, cosa siempre tan hermosa a la hora del crepúsculo, pero las condiciones medievales de las salas cinematográficas requieren, como se sabe, la prohibición de este excelente hábito. En cambio no está vedado tomarse un buen trago del frasquito de bolsillo que el distribuidor de la película vende en el foyer".

Imposible predecir el destino de mi película, la gente va al cine para olvidarse de sí misma, y un crepúsculo tiende precisamente a lo contrario, es la hora en que acaso nos vemos un poco más al desnudo, a mí en todo caso me pasa, y es penoso y útil; tal vez que otros también aprovechen, nunca se sabe.


JULIO CORTÁZAR. "Un tal Lucas"