viernes, 31 de octubre de 2008

HAYKU I

Vuelo constante
del viento en primavera:
mi respiración.




HAYKU II


Aquí hay falta
de un abrazo fraterno
entre animales.




HAYKU III


Miro en un cuadro
un rostro infeliz:
pobre de mí.

Cerebros Alados


Los cerebros a la
deriva...son
gestos sin amor,
miradas llenas de
vacío, cuerpos
sin iniciativa,
vidas sin objetivos,
almas sin voluntades...
corazones tristes
que se marchitan
lentamente esperando
el final...postergado
por capricho del destino.


martes, 28 de octubre de 2008

Cathy Burghi ///

fotografia 2008/ Praga.

miércoles, 22 de octubre de 2008

TELE-TREN-VISION



Enciendo la ventana con el control remoto
-la imagen-
más nítida que la mismísima realidad
-el viaje-

Pasan las vías
y por las vías pasa el tren
y adentro del tren VAN mis ojos
que miran hacia afuera y
VEN pasar las vías.

Recomendaciones literarias para una buena salud mental///


Si usted es un:

Conformista con Mayúscula, un pasivo sin temores, un ciudadano civilizado (cuya única meta es civilizar al resto con su manual gastado de infra-valores absurdos y “démodé”), un vecino pide silencios, un archi-consumidor de productos omega 3, un demócrata rabioso, un erudito de la música pop, un collage de buenas costumbres, un uniformado, un comandante comandado, un coleccionador de electrodomésticos o cosméticos, un barroco negado, un amante de la jardinería (especializado en rosales y enemigo de los yuyos), si usted es el clásico chistador y resoplon que no para de hacer muecas en la cola del supermercado a las ocho de la noche, puede irse por donde entró, porque seguro este rectángulo incongruente de placeres virtuales no lo intentará cambiar y muchos menos seducir!

Sin embargo si usted es de aquellos que puede cambiar su rutina mirando una simple publicidad, creyendo que usted es realmente un bicho rastrero poca cosa, infinitamente vacío, lleno de dudas existencialistas, contradictorio, desnorteado, organizador de fiestas frustradas, enamorado del arroz con queso, pasado de tuerca, defensor de las causas perdidas, hincha de nadie, odiado por multitudes, amado por sus tres amigos de toda la vida, amoral, tonto, antiecologista, mundano, con tendencia a la cólera y la gastritis, quedese! porque quizás halla algún consejo casero que le pueda brindar.

Si usted tiene tiempo y ganas de leer algo que puede aportarle mucho, quedese con nosotros, porque aquí esta el querido Stig para todos ustedes.


Nuestra necesidad de consuelo

es insaciable

de Stig Dagerman (escritor sueco)


Estoy desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre dichoso nunca llegará a temer que su vida sea un errar sin sentido hacia una muerte cierta. No me ha sido dado en herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención de dios; ni he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico, ni las astucias del racionalista, ni el ardiente candor del ateo. Por eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en cosas que yo dudo, ni a quien idolatra la duda como si ésta no estuviera rodeada de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mí mismo ya que de una cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable.

Yo mismo persigo el consuelo como el cazador su presa. Por dondequiera que en el bosque lo vislumbre, disparo. A menudo no alcanzo más que el vacío; pero alguna que otra vez cae a mis pies una presa. Y como sé que el consuelo no dura más que el soplo del viento en la copa del árbol, me apresuro a apoderarme de mi presa.

¿Y qué tengo, entonces, entre mis brazos?

Puesto que estoy solo: una mujer amada o un desdichado compañero de viaje. Puesto que soy poeta: un arco de palabras que no puedo tensar sin un sentimiento de dicha y de horror. Puesto que soy prisionero: una súbita mirada hacia la libertad. Puesto que estoy amenazado por la muerte: un animal vivo aún caliente, un corazón que palpita sarcásticamente. Puesto que estoy amenazado por el mar: un arrecife de duro granito.

Pero también hay consuelos que me llegan como huéspedes sin haberlos invitado y que llenan mi aposento de odiosos cuchicheos: Soy tu deseo -¡ama a todo el mundo! Soy tu talento -¡abusa de él como abusas de ti mismo! Soy tu sensualidad -¡solamente viven los sibaritas! Soy tu soledad -¡menosprecia a los seres humanos! Soy tu deseo de muerte -¡corta!

El equilibrio es un listón estrecho. Veo mi vida amenazada por dos poderes: por un lado, por las ávidas bocas del exceso; y por otro, por la avara amargura que se nutre de si misma. Pero rehuso elegir entre la orgía y la ascesis, aunque sea al precio de una confusión mental. Para mi no basta con saber que, puesto que no somos libres en nuestros actos, todo es excusable. Lo que busco no es una excusa a mi vida sino todo lo contrario a una excusa: la reconciliación. Al fin me doy cuenta que cualquier consuelo que no cuente con mi libertad es engañoso, al no ser más que la imagen reflejada de mi desespero. En efecto, cuando mi desespero me dice: Desespera, puesto que cada día no es sino una tregua entre dos noches, el falso consuelo me grita: Espera, pues cada noche no es más que una tregua entre dos días.

Pero de nada le vale al ser humano un consuelo brillante; necesita un consuelo que ilumine. Y todo aquel que quiera convertirse en una persona malvada, es decir, una persona que actúa como si todas las acciones fueran defendibles, debería, al lograrlo, tener al menos la bondad de advertirlo.

Son innumerables los casos en los que el consuelo es una necesidad. Nadie sabe cuando caerá el crepúsculo y la vida no es un problema que pueda ser resuelto dividiendo la luz por la oscuridad y los días por las noches; es un viaje imprevisible entre lugares inexistentes. Puedo, por ejemplo, andar por la orilla y sentir de repente el horrible desafío que la eternidad lanza sobre mi existencia y el perpetuo movimiento del mar y la huída constante del viento. ¡En qué se convierte entonces el tiempo sino en un consuelo por el hecho de que nada de lo humano es duradero y qué consuelo tan miserable que sólo enriquece a los suizos!

Puedo estar sentado ante la lumbre en la habitación menos expuesta al peligro y sentir de pronto que la muerte me rodea. Está en el fuego, en todos los objetos puntiagudos que me rodean, en la solidez del techo y en el grueso de las paredes, está en el agua y en la nieve, en el calor y en mi sangre. ¡En qué se convierte entonces el sentimiento humano de seguridad sino en un consuelo por el hecho de que la muerte es lo más cercano a la vida y qué consuelo más miserable que no hace más que recordarnos aquello que quiere hacernos olvidar!

Puedo llenar todas las hojas en blanco con la más hermosa combinación de palabras que mi cerebro pueda imaginar. Puesto que deseo confirmar que mi vida no es absurda y que no estoy solo en la tierra, junto todas estas palabras en un libro y se lo ofrezco al mundo. A cambio, éste me da dinero, gloria y silencio. Pero qué me importa a mi el dinero y qué me importa contribuir al progreso de la literatura; sólo me importa aquello que nunca consigo: la confirmación de que mis palabras conmueven el corazón del mundo. ¡En qué se convierte entonces mi talento sino en un consuelo a mi soledad y qué consuelo más terrible que sólo consigue que sienta mi soledad cinco veces más fuerte!

Puedo ver la libertad encarnada en un animal que atraviesa veloz un claro del bosque y oír una voz que murmura: ¡vive con sencillez, toma lo que desees y no temas las leyes! ¡Pero qué es este buen consejo sino un consuelo por el hecho de que la libertad no existe y qué implacable consuelo para quien entiende que el ser humano tarda millones de años en convertirse en lagarto!

Puedo, finalmente, descubrir que esta tierra es una fosa común en la que el rey Salomón, Ofelia y Himler reposan uno junto al otro. De lo cual concluyo que el verdugo y la infeliz gozan de la misma suerte que el sabio y que la muerte puede parecer un consuelo a una vida errónea. ¡Pero qué consuelo más atroz para quien querría ver la vida como un consuelo por la muerte!

No tengo filosofía alguna por la que moverme como pájaro en el aire o como pez en el agua. Todo lo que tengo es un duelo que se libra cada minuto de mi vida entre los falsos consuelos que sólo aumentan mi impotencia y hacen más profundo mi desespero, y los consuelos verdaderos que me llevan a la liberación momentánea, o mejor dicho: el consuelo verdadero, puesto que sólo existe para mí un consuelo verdadero, aquel que me dice que soy un hombre libre, un individuo inviolable, un ser soberano dentro de mis límites.

Pero la libertad empieza por la esclavitud y la soberanía, por la dependencia. La señal más cierta de mi servidumbre es mi temor de vivir. La señal definitiva de mi libertad es el hecho de que mi temor cede el sitio a la alegría de la independencia. Puede parecer que necesito la dependencia para poder conocer, al fin, el consuelo de ser un hombre libre, y seguramente es cierto. A la luz de mis actos me doy cuenta que el objetivo de toda mi vida ha sido labrar mi propia desdicha. Lo que podría traerme libertad me trae esclavitud y cargas en vez de pan.

Otra gente tiene otros señores. A mí, por ejemplo, me esclaviza mi talento hasta el punto de no atreverme a utilizarlo por miedo a perderlo. Además, soy de tal modo esclavo de mi nombre que apenas me atrevo a escribir por miedo a dañarlo. Y cuando al fin llega la depresión soy también su esclavo. Mi mayor aspiración es retenerla, mi mayor placer es sentir que todo lo que yo valía residía en lo que creo haber perdido: la capacidad de crear belleza a partir de mi desesperación, de mi hastío y de mis debilidades. Con amarga dicha deseo ver mis casas caer en ruina y verme a mí mismo sepultado en las nieves del olvido. Pero la depresión es una muñeca rusa y en la séptima muñeca hay un cuchillo, una hoja de afeitar, un veneno, unas aguas profundas y un salto al vacío. Acabo por convertirme en esclavo de todos estos instrumentos de muerte. Como perros me persiguen, o yo a ellos como si fuese yo mismo un perro. Y creo comprender que el suicidio es la única prueba de la libertad humana.



Pero, viniendo de un lugar insospechado, se acerca el milagro de la liberación. Puede acaecer en la orilla y la misma eternidad que, hace un momento suscitaba en mi temor, es ahora el testigo de mi nacimiento a la libertad. ¿En qué consiste este milagro? Simplemente en el súbito descubrimiento que nadie, ni ningún poder ni ningún ser humano tiene derecho a exigirme que mi deseo de vivir se marchite. Ya que si este deseo no existe, ¿qué es lo que puede existir?

Puesto que estoy en la orilla del mar puedo aprender del mar. Nadie puede exigirle al mar que sostenga todos los navíos, o al viento que hinche constantemente todas las velas. De igual modo nadie puede exigirme que mi vida consista en ser prisionero de ciertas funciones. ¡No el deber ante todo, sino la vida ante todo! Igual que los demás hombres debo tener derecho a unos instantes durante los cuales pueda dar un paso al lado y sentir que no soy únicamente parte de esta masa a la que llaman población, sino una unidad autónoma.

Solamente en este instante puedo ser libre ante los hechos de la vida que antes causaron mi desesperación. Puedo confesar que el mar y el viento me sobrevivirán y que la eternidad no se preocupa de mi. ¿Pero quién me pide preocuparme de la eternidad? Mi vida es corta sólo si la emplazo en el cepo del tiempo. Las posibilidades de mi vida son limitadas sólo si cuento el número de palabras o de libros que tendré tiempo de escribir antes de morir. ¿Pero quién me pide contar? El tiempo es una falsa unidad de medida para medir la vida. El tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo alcanza las obras avanzadas de mi vida.

Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un maravilloso contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la ayuda en la necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por el mar, la alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la belleza, todo esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no solamente se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el tiempo.

Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, al mismo tiempo, la exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba ser medido. Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados conseguidos en una prueba. Tampoco una vida humana es la superación de una prueba, sino algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no realiza pruebas con buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de reposo. Es absurdo pretender que el mar está hecho para sostener armadas y delfines. Ciertamente lo hace, pero conservando su libertad. Del mismo modo es absurdo pretender que el ser humano esté hecho para otra cosa que para vivir. Ciertamente aprovisiona máquinas y escribe libros, y también podría hacer otras cosas. Lo importante es que, haga lo que haga, lo hace conservando su libertad y con la plena conciencia de ser, como cualquier otro detalle de la creación, un fin en sí. Reposa en sí mismo como una piedra en la arena.

Puedo incluso librarme del poder de la muerte. No es que pueda librarme de la idea que la muerte corre detrás de mis talones, y menos aún puedo negar su existencia; pero puedo reducir a la nada su amenaza dejando de apoyar mi vida en soportes tan precarios como el tiempo y la gloria.

Por el contrario no está en mi poder permanecer siempre vuelto hacia el mar y comparar su libertad con la mía. Llegará el momento en que tendré que volverme hacia la tierra y encararme a los organizadores de mi opresión. Entonces me veré obligado a reconocer que el ser humano ha dado a su vida unas formas que, al menos en apariencia, son más fuertes que él. Incluso con mi libertad recientemente alcanzada no puedo destruirlas, sino solamente suspirar bajo su peso. Por el contrario, entre las exigencias que pesan sobre el hombre puedo distinguir las que son absurdas y las que son ineludibles. Para mí, un tipo de libertad se ha perdido para siempre o por un largo tiempo: la libertad que procede de la capacidad de dominar su propio elemento. El pez domina el suyo, el pájaro el suyo, el animal terrestre el suyo. Thoreau dominaba todavía el bosque de Walden. ¿Dónde se encuentra ahora el bosque en el que el ser humano pueda probar que es posible vivir en libertad fuera de las formas congeladas de la sociedad?

Debo responder: en ninguna parte. Si quiero vivir libre debo hacerlo, por ahora, dentro de estas formas. El mundo es más fuerte que yo. A su poder no tengo otra cosa que oponer sino a mí mismo, lo cual, por otro lado, lo es todo. Pues mientras no me deje vencer yo mismo soy también un poder. Y mi poder es terrible mientras pueda oponer el poder de mis palabras a las del mundo, puesto que el que construye cárceles se expresa peor que el que construye la libertad. Pero mi poder será ilimitado el día que sólo tenga mi silencio para defender mi inviolabilidad, ya que no hay hacha alguna que pueda con el silencio viviente.

Este es mi único consuelo. Sé que las recaídas en el desconsuelo serán numerosas y profundas, pero la memoria del milagro de la liberación me lleva como un ala hacia la meta vertiginosa: un consuelo que sea algo más y mejor que un consuelo y algo más grande que una filosofía, es decir, una razón de vivir.

(Mayo 1952)








Microrelatos de Cathy Burghi////

Nos miramos a los ojos, él me pidió fuego pero yo solo pude darle lágrimas.


Ni no ni si, ni si ni no.
No estábamos siendo claros y fue así que el juez de todos modos dijo: los declaro marido y mujer!


­Me siento mal!
­20 10 dijo el enfermero al médico mordiéndose el labio.
Al final del túnel había una luz pero esta, no era precisamente de esperanza.


Llegué al paraíso! dijo la mujer de corazón débil y se despatarró de la alegría al ver que la gente vivía con el corazón en la mano!


Clara pasó su dedo por la torta, lamió el merengue con satisfacción (creyendo que estaba sola), ahora es demasiado tarde! dijo sonriente el repostero asesino.


Queremos felicitarlo querido Luis viene de batir el récord de los 100 mts! Muchas horas de
entrenamiento? no, dijo pálido y sonriente, es gracias a una diarrea imponente!


02, 14, 25, 09, 31 gritaba la niña cantora detrás del bolillero, Hugo acababa de atragantarse con un hueso de pollo de la sorpresa, en honor a eso, meses mas tarde sus hijos abrieron una pollería con la fornida herencia del viejo Lopez.


Ana veía monstruos en la oscuridad y del miedo se tapaba con la frazada y rezaba el padre nuestro, los monstruos tenían miedo de Ana, pero los pobres además de no tener frazada eran ateos.


En las bibliotecas de las “familias bien” sobran biblias y constituciones, en las bibliotecas de “los nadies” sobran poesías y versos utópicos. Si un bien y una nadie se enamoran la biblioteca corre peligro de extinción.


Las flores se marchitaron, los almanaques se detuvieron, las pilas de los relojes se secaron, Marta murió acostada viendo su programa preferido.
Los vecinos se percataron de su muerte meses después cuando el hedor era insoportable.

sábado, 18 de octubre de 2008

Punto de fuga






Ciudad: Montevideo. Barrio: Villa Muñoz. Calle: Emilio Reus. Un viernes de octubre, tres menos cuarto de la tarde. Dos vecinas que se hacen confesiones, dos palomas que saben guardar secretos, un ojo que mira, el párpado medio abierto o medio cerrado, el ojo que no ve, el punto ciego.

HANSELA Y GRETEL

Los padres discutían el porvenir de una de sus hijas, la más chica, la menos dotada y la que nunca se revelaba ante las órdenes de sus mayores…

-Josefina es la indicada. Manuela puede conseguir un buen candidato aquí.

La Josefa es más fea; la mandamos con tía Remedios y le solucionamos

el problema a las dos. Y nosotros recibiremos algo a cambio, que no nos viene

nada mal.

_Sí. Pensándolo bien solucionamos varios inconvenientes de una sola vez. Lo único que nos va a costar es que la niña lo acepte y lo entienda. Aunque no tiene

muchas luces: adornándole la situación, se sentirá dichosa.

<¿Quién es esa tía de la que hablan? ¿A dónde me van a mandar? ¿Qué tiene que ver que sea más fea que Manuela? ¿Por qué?>

No pudo terminar. Cayó de rodillas, aferrada al pestillo y estrujando con la otra mano el delantal, el uniforme que su madre le había atado a la cintura como un arado para estación. “Tenés que aprender las tareas del hogar; tenés que aprender a cocinar; tenés que aprender muchas tretas si querés conseguir marido; a vos no te va a ser fácil conquistar a un hombre; tenés que aprender.” Mudo empezó también a caer su llanto.

Pero ya no podía soportar tanto dolor. Sin fuerzas me arrastré hacia la cama y me prendí de la frazada para poder subir; resbalé, quedé enredada. Las voces de mis padres seguían retumbando en mi cabeza pero las escuchaba lejos, como un eco " es la indicada, es más fea, se sentirá dichosa". Me tapé los oídos con rabia; me tapé la cabeza y comencé a gritar palabras sin sentido para que las voces me dejaran en paz. Y lo logré: a la mañana siguiente mi madre me indicó vestirme para salir y un rato después acercó la valija a un taxi donde subimos las dos. Pocas palabras pronunció en el viaje: me dijo que no perdiera el papelito con la dirección… pero no recuerdo si me besó al pie del avión.

El coche que me había ido a buscar al aeropuerto tenía vidrios oscuros; al llegar a la dirección correcta tuve que bajar la ventanilla porque no podía creer lo que se me anticipaba: nunca había visto una casa tan grande. Alcancé a contar nueve ventanas antes de que el portón principal se abriera solo. El chofer manejaba con una lentitud que a mí me perturbaba. Creo que también sentía, olía, el miedo que me estaba invadiendo desde que había doblado la esquina. Los árboles que delineaban el camino parecían observarnos. Solo el ruido del pedregullo achatado por las llantas se interponía entre mi respiración y la del chofer, arrepentido tal vez de haber aceptado ese trabajo. A medida que nos acercábamos a la puerta se iban encendiendo las luces de la casa, como en una sintonía entrenada para ciertas ocasiones.

Mis ojos se concentraron en la entrada: una mujer de caderas anchas, porte elegante y rostro sereno esperab a mitad de una escalera majestuosa, que me recordó a los cuentos clásicos que lograba escuchar desde mi cuarto cuando mi madre se los relataba a Manuela; pero no me sentí precisamente cenicienta en su carruaje, sino más bien Gretel entrando a la casita de chocolate.

Por dos meses mi vida se condensó en salidas de compras, prácticas de maquillaje y la recreación de escenas de las películas que más le fascinaban a mi tía. De vez en cuando me animaba a preguntarle por qué no me permitía salir a trabajar o a estudiar o por qué no me dejaba ayudar a las empleadas en los quehaceres. Entonces ella me respondía con dulzura: “yo ya estoy vieja; necesito confiar en alguien para que pueda encargarse de mis negocios”. A mi me resultaba cada vez más complicado comprender que me hubiera mandado a buscar para prepararme para la atención de un negocio que sólo exigía estar bonita y halagar a los demás.

Cuando cumplí dieciocho todavía me parecía estar viviendo un sueño. Ese día estrené vestido. Tía me había prometido una sorpresa. Fuimos a un restaurante muy elegante; al ratito, llamó al mozo, le habló al oído y se sonrió mirándome. Yo pensé que había ordenado una torta.

_Cerrá los ojos Jose, me dijo. Ya viene tu regalo.

Dos manos grandes, tibias y nerviosas se apoyaron en mis hombros desnudos; de un salto las espanté y al mismo tiempo me volví sorprendida: un señor bastante mayor, de bastón, lentes y espesos bigotes me miraba extasiado.

_ ¿Me permite la señorita? preguntó, moviendo la silla vacía a mi lado e inclinándose hacia mi. Frunciendo el ceño, miré a mi tía.

_ Querida te presento al señor Evaristo, es el gerente del banco más famoso del país. No seas impertinente, demuestra tus modales- me dijo, en tono imperativo.

_ ¡Buenas noches!

_ Muy buenas, muchachita. ¿Nunca le dijeron que sus ojos encandilan el alma?

Josefina sintió que un fuego la quemaba. Bajó la mirada y siguió cenando sin prisa.

_ Es usted todo un caballero Don Evaristo. Pero no me asuste a la pequeña. Es su

primera cita concertada.

_ ¿Qué? ¿Hiciste todo esto como si fuera un objeto para entregarme a un viejo ridículo?

Se levantó y tiró la silla, que resonó en las miradas de los demás comensales.

Detrás de sus veloces pasos quedaban Remedios y Evaristo, desconcertados y frustrados.

Josefina llegó a su cuarto; hizo las maletas, y antes de traspasar la puerta recordó

las cartas, aún cerradas, que Manuela le había mandado. Tomó el cofre donde las

había olvidado y les dio la oportunidad de acercarse.

Todavía conservaba el poco dinero que sus padres le habían dado antes del viaje.

Ya en el hotel, sola y más tranquila, abrió, una a una, las cartas de su hermana.

¿Cómo pude ser tan caprichosa, tan rencorosa? Después de todo ella no fue la

culpable. ¿Por qué no le avisó a la tía? La hubiera podido ayudar…

No puede ser. Mi tía no pudo ser tan egoísta, tan indiferente. Me lo hubiera dicho si lo supiera. Aunque, después de lo de ésta noche, la creo capaz de todo. Pobre Manu. No estuve ahí cuando más me necesitó; ni siquiera vio una carta de despedida. ¿Cómo pude ser tan boba? Tenían razón mis padres…”

Se dirigió hacia la ventana, se sentó en el borde, colocó allí la petunia que había viajado y cambiado de hogar tantas veces como ella, y conversando, como en tantas otras oportunidades, miraba expectante a su compañera, esperando quizá un milagro.


BILU

Autora: Adriana Fraga.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Quizàs esto sea un simple comienzo.





Quizàs en este mismo momento las dos estemos escribiendo quizás.

Mi primera frase parece visualmente capicúa (mismo si lo único que tienen en común son la palabra de comienzo y de final), no importa, lo hice así porque sé que te gusta lo circular, comenzar y terminar casi en lo mismo, repetir, repetirse, como fotocopiar un estado del alma sin perder la cordura.
Conectadas por un único cable de vida, estamos sincronizadas, vibrando en distintas sintonías, en dos hemisferios opuestos que se atraen, casi en las mismas latitudes pero patas para arriba.
Este cable que nos conecta es una infinita linea cilíndrica por donde pasan transmisiones sutiles que por momentos son visibles pese a su invisibilidad (comparable con la electricidad).
Cuando levanto la mirada de mi cuaderno naranja, veo gente que pasa a paso de turista (parecido al de una azafata en el pasillo enfrascado de un avión en turbulencia), las rejas de la plaza son verde oscuras, por qué será que las rejas suelen ser verdes en todas las plazas de todos los países?
El otoño es la estación mas triste, las hojas caen con la gravedad lenta y exagerada de un mimo que evita la caída sobre el escenario.
Consigo ver mi sombra en el asfalto, el sol salió de su cueva para cortar con el gris crónico de París.
París se parece a las cenizas, es una gran montaña de viejos recuerdos, que puede traducirse en una hoja de periódico.
Montevideo se travistió durante mucho tiempo en París, pretendiendo una coquetería que no existe y que nunca existió, como no existe la elegancia de los parisinos, como no existe mas el can can y el vals a tres tiempos, París no es mas París, Montevideo sigue siendo Montevideo.
Me siento acompañada, sé que estás del otro lado del mundo intentando llenar de poesía tu cuaderno. Tu voz es tal cual la imaginé antes de haberla conocido esta tarde...es extraño como la imaginación es parte de la realidad y viceversa....uno se queda maravillado cuando confirmamos aquello que presentíamos.
Llovizna aquí y allá (mismo si hay sol y no llovizna).
Un barco de turistas atraviesa el Sena, tan verde como las rejas de la plaza.
No recuerdo mi nombre, es raro, no se como me llamo...pienso en francés y en español, tengo la sensación que no soy de ningún lado, pero pasa una paloma y sé que es una paloma, no pienso en francés cuando la miro, ni siquiera entiendo como paloma puede decirse de otro modo.
Hay imágenes que son intraducibles, hay imágenes que son siempre las mismas (sobre todo cuando hablamos de palomas), una mujer de cabellos ondulados se sienta a mi lado, disca un numero y habla en inglés con un tono enojado, nosé lo que dice (mismo si estudie inglés) no comprendo o mejor dicho no quiero comprender lo que esta diciendo, es su vida, son sus palabras y ella no me habla, yo tampoco.
Las campanas sonaron una sola vez anunciando vaya a saber que hora...no es posible que sean las tres,
si hablé hace rato con Luz y creo haber entendido que ya eran casi las tres....extraño! imagino que no son las cuatro, espero que no sean las cuatro porque tengo otras cosas que hacer.
Me estresa solo de pensar que tengo que hablar con una mujer que no consoco, tener que hablarle de mi trabajo, tener que defenderlo con mi francés acotado (tengo una reunion de trabajo a las cuatro de la tarde).
Entonces, por que suenan las campanas? tengo hambre, ahora recuerdo que no almorcé, una paloma almuerza un lote de migas bajo mis pies, siempre hay migas frescas en París! porque siempre hay gente que pasa y todos sueltan entre sus mordiscos migas, todos pasan comiendo, no importa a que hora del día porque París es un lote de turistas sin rutina.
También hablarás de las palomas? seguro que hay palomas grises sobre las cabezas y las manos de los angelitos de la fuente Matriz, en todas las ciudades hay palomas.
En la plaza “San Marcos” en Venecia, los turistas se ponen comida en los brazos y se sacan fotos con postura de espantapajaros (o de jésus crucificado) con caras de asco o de sorpresa, es la plaza mas abierta que conosco (luego de la Independencia), con numerosas y desplumadas palomas grises.
No consigo distinguir mi tristeza del hambre, no consigo distinguir las palomas de Montevideo con las de París.
La Notre Dame pide fieles a gritos!!!!!!!!, pero solo entran turistas que esconden sus ojos detrás de sus cámaras de fotos, una mujer de buzo rojo se detiene a mirar la parte alta de la iglesia, cuando levanto la mirada del piso la mujer ya no esta a mi costado, solo hay palomas y mas palomas.
El infierno debe estar repleto de palomas que picotean migas en los talones de los pecadores, no quiero ir al infierno! en el cielo seguro hay mariposas, gansos o sardinas, pero de seguro no hay palomas.
Un padre le habla a su hijo (nosé en que lengua, puede que sea chino, coreano, japonés o vietnamita) mientras deja caer su pequeña mano en el hombro diminuto de la niña con gorro de visera.
Un grupo de turistas atraviesa el puente, no creo que miren la iglesia, parecen estar concentrados en las listas de precios de las tiendas de souvenir, estoy segura que sus ojos están concentrados en sus propios bolsillos.
Un parisino pasea a su perro peludo a paso lento mientras habla por teléfono distrayendo su vista en los rostros asiáticos que pasan o en las cinturas diminutas de las danesas adolescentes, quizás solo esta pensando en su mujer y deja caer sus pestañas en los transeúntes que pasan por delante de su mirada.
Una muchacha pedalea sonriente sobre el empedrado circuncentrico de la calle, tiene un tapado gris como el cielo, de un fieltro abrigado y hediondo, ella sonríe, parece enamorada o al menos contenta de estar en esta ciudad, quisiera preguntarle cuanto cuesta su felicidad, pero eso no me incumbe, me pregunto cuanto cuesta la mía? se me llenan los ojos de lágrimas y pienso en la existencia de dios.
Quizás entre en la iglesia, quizás allí encuentre a dios y a sus aliados....hace un tiempo que perdí mi buena suerte, quizás hoy la encuentre (como encuentro centavos o palomas) por las calles de París.
Me vino una puntada en el riñon izquierdo que me recuerda que siempre se puede estar peor de lo que se está, intento ponerme positiva, mentirme a mi misma, sonreír cuando estoy profundamente triste.
Nuevamente mi sombra me sorprende, el sol viene y se va, como un péndulo ligero que atraviesa las nubes, el sol salio de su cascara celeste y se queda en lo alto con una tibieza tímida de otoño.
Seguirá lloviendo en Montevideo? quizás la lluvia solo sea recuerdo y solo quede un molesto piso empapado, o por lo contrario quizás la llovizna paso a ser una lluvia pareja y estés cubierta bajo algún techo arrinconada en tus ideas.
Acá los techos de los edificios son tan lindos! están cubiertos de antiguos temporales y granizos, seguro hay gente trepada de los altillos contando autos sin saber que hacer o que decir, quizás hallan oficinistas gordos que atraviesan la peatonal Sarandí en este momento, imagino un avión de papel que planea sobre los techos de todos los edificios e imagino tu mirada perdida en las gotas de lluvia.
Por qué cada vez que levanto la mirada de mi cuaderno, me encuentro con una mujer de buzo rojo?, (no es la misma mujer, esta es flaca y alta, la otra era baja y gorda), los zapatos de los turistas son poco elegantes (porque suelen ser confortables) y juntan en cada paso la incertidumbre de un caminar guiado de mapas plàstificados, multiplicados en millones y millones de impresiones que mueren en basuras o en estantes inservibles.
Quizás en estos momentos estés diciendo quizás en voz baja, para tus adentros, delinenado con tus pupilas las siluetas desconocidad que por alli pasan, intentando encontrar alguna anécdota que rompa con lo veijo y sabido de siempre.
Una pareja sonríe frente al Sena, me detengo en esa imagen de ternura, de alegría, de luna de miel que algunos alcanzan,el sonido de las ruedas de las valijas rompe con el “collage” de lenguas extrangeras, pienso en las ruedas de las valijas, en su utilidad, en su redondez, en su mala calidad, pienso en la adrenalina de ser una rueda de una valija de viajero empedernido.
Contrario a esto, pienso en lo monótono de ser rueda de una valija que no viaja, viviendo en un placad, bajo la oscuridad y el anonimato de una persona que vive entre cuatro paredes (porque no puede o no quiere salir de su propia rutina).
Termino el relato con una sorpresiva y alegre "troupe" de niños que sonríen pasando sus tiernos dedos por el contorno de la iglesia, todos sonríen, todos parecen haber salido de una fábrica de chocolate o de un parque de diversiones, sin embargo solo es una plaza gris, una esquina ordinaria que algunos nos animamos a fotografiar.
Quizás en estos momentos estés terminando tus versos con la misma sonrisa con la que termino, y la esencia sea la misma, y las dos estemos embarcadas en un mismo viaje a kilómetros y kilómetros de distancia....


Cathy Burghi

Sincronia






Sincronía

Montevideo, 14/10/2008

10.45- Es un día gris en Montevideo, cae una llovizna fina y fría del cielo, salí desprevenida y me tuve que comprar un paraguas. Estoy caminando por 18 de Julio a la altura de Andes haciendo que hablo por teléfono, pero en realidad estoy grabando mi voz que dice lo que siento y pienso. Camino. Observo. Pasa un perro adelante mío, el agua finita parece acariciarlo, la gente parece no verlo, no saben qué hacer, se abren y se cierran los paraguas, yo lo tengo abierto para que no se me moje el celular. Ya estoy a punto de llegar a la Plaza Independencia, esa plaza fascista, el caballo con Artigas arriba parece salirse de ese podio donde lo metieron, se me viene encima cabalgando desde el cielo, queriendo escaparse, pero permanece inmóvil lleno de movimiento; abajo sus restos, serán los de Artigas, qué importa, siempre la historia necesita héroes para justificar derrotas y símbolos patrios para forjar la supuesta nacionalidad oriental. Ya estoy en la Plaza Independencia y siento calor, vengo caminando desde Ejido, mi intención es llegar a las once en punto a La Plaza Matriz y escuchar las campanadas de la Iglesia. Hay turistas sacándose fotos adelante del monumento. No sé que hacer, cerrar o dejar el paraguas abierto, esta lluvia finita que me incomoda y no me permite pensar con claridad; el piso está empapado y tengo toda esta plaza inmensa a mis pies, pero la lluvia es tan molesta, tengo que cuidarme de no resbalarme, mientras tanto miro a los costados unas florcitas de colores que crecen en los canteros de esta Primavera. La puerta de la Ciudadela- la están refaccionando- el semáforo está en verde, cruzo con el paraguas cerrado, las cebras, un auto se detiene y me deja paso. Ahora sí, ya estoy en la Peatonal Sarandí. Paso enfrente a la Galería Latina y me detengo a mirar un cuadro de Daniel Amaral, unos pájaros gorditos metidos en una especie de cajón de madera con reparticiones mirándose entre sí los unos a los otros, se observan, los observo y no me ven. Sigo caminando. La joyería Biarritz, los destellos de las alhajas a través del vidrio. Unos niños escolares salieron a pasear por la Ciudad Vieja con un maestro gordo que más que maestro parece un inspector municipal de tránsito. Les gruñe.

En un día como hoy lo viejo parece más viejo, esta humedad que se mete por todos lados, se filtra por las paredes, todo es plomizo, agónico y amargo; mi cuerpo está empapado de caminar.

Llegué a mi destino. La Plaza Matriz.

Llamo a Cathy a París y le cuento cómo está el tiempo por acá. Me propone dejar la experiencia para otro día y me dice que ella ya está llegando al lugar que eligió. Cathy tiene una voz muy alegre, llena de colores vivos, el tono de su voz, al igual que sus sonidos escritos, contundente, claro y cálido. Es la primera vez que hablé con ella.

No dudó en aceptar la propuesta cuando se lo propuse la semana pasada vía e.mail.


Mi querida Cathy: Tenía una dinámica para proponerte, quizás te cuelgues. La idea sería estar a la misma hora vos ahí en Paris en algún lugar emblemático y yo acá en Montevideo, en algún lugar emblemático ( no sé, podría ser una plaza), y observar, esperar que pase algo, y escribir sobre las sensaciones, emociones, pensamientos, lo que está pasando adentro y fuera de nosotras en ese mismo momento. Si te gusta la idea, la pulimos, sino me decís: " Andrea estás loca, es un embole, una porquería, etc, etc, etc", sé que sos una mujer directa y sincera, como debe de ser, dije. Te mando un beso grande y espero tu respuesta ( favorable), jaja. Luz Andrea.




Hola Luz: Tu idea me parece buenísima! sabes que hemos hablado de hacer algo asi con mis amigas, pero a nivel visual, inclusive hay una artista (que ahora no recuerdo el nombre) que hace algunos anos hizo una propuesta con otra artista que estaba en otro país y montaron en un parque a la misma hora un pic nic monocromático y entonces hicieron el registro, etc. Después de eso, me quedé con las ganitas de sincronizar algo algún día y esta ocasión me parece buenísimo! Decime que dia y a que hora te queda bien y nos sincronizamos, inclusive puedo registrar alguna imagen con mi cámara o con mi cel al entorno...como para hacer una especie de laburo multidisciplinario, propongo martes a las tres de la tarde (11 de Uruguay), yo al costado del Sena cerca de la Notre Dame, te copa? Asi que si estas dispuesta y te gusta la idea podemos inaugurar el blog la semana que viene con nuestro laburo conjunto, que es original y estaría teniendo imágenes además, seria una cosa valiosa e interesante. Espero te copes con mi idea, ojala! ya que yo me cope mucho con la tuya, je je je

Muchos besos,

Cathy.

11.00- Me siento en un banco mirando fijamente hacia la Iglesia Matriz y espero que sean las once para poder grabar con mi celular las magníficas campanadas. Se acerca una multitud de liceales de distintos colegios. Parece que hoy hay visita guiada en la Iglesia. Ya son las once y cinco pero no hubo campanadas, me pregunto si ya no funciona el campanario de la Catedral o quizás haya sido justo hoy, hoy que lo estaba esperando. Por qué será que cuando uno espera que algo suceda, ese algo no sucede, por qué será que siempre esté esperando que suceda algo.

Me quedé sin las campanadas. La Plaza está tranquila, por momentos poco concurrida y por otros llena de liceales. No sé si hoy 14 de octubre se conmemorará algo, la gente pasa con paraguas, otros sin paraguas, la lluvia finita sigue cayendo.

Una sensación de tranquilidad recorre mi cuerpo, y me hace sentir muy relajada debajo de los árboles llenos de hojas verdes en esta Primavera, si no estuviera así – lloviznando- estaría el aire lleno de esa pelusa que nos provoca tanta alergia a los montevideanos.

Ahora viene un paseador de perros con seis, siete perros, hay policías merodeando por la Plaza, sin novedades, la gente tranquila, cabizbaja, siguen llegando grupos de liceales a la Iglesia, qué se celebrará hoy me pregunto, miro miro y miro y todo está igual, pasan muchos zapatos pero ninguno conocido.

Me sorprende la cantidad de gente que sigue entrando a la Iglesia Matriz, sinceramente no sabía que éramos tan católicos.

Sigo sentada en un banco de esta Plaza que da a la calle Ituzaingo, una pareja pasa abrazada, una pareja mayor, ella lleva un bolso rojo; dos amigas conversan fumando en otro banco, la gente no parece estar en tren de trabajar, la bandera uruguaya flamea en la Iglesia, no tengo los ojos del poeta para poder ver otras cosas y quisiera.

Me imagino que en Paris será distinto, la gente será distinta, Cathy estará más motivada para escribir, y aquí sigue lloviendo.

Me decido. Muevo mis pies hacia la Iglesia, camino. Cruzo Ituzaingo, la escalinata repleta de adolescentes y entre ellos tres señoras pidiendo, a una le prometo que cuando salga le daré una monedas.

Lo primero que veo al ingresar es la tumba de Mariano Soler, el primer Arzobispo de Montevideo y muchos adolescentes adentro sacando fotos con sus teléfonos. Me pierdo entre la multitud, me siento parte de ellos, al pasar le pregunto a una chica qué están haciendo allí, si se celebra algo, pero me miró como no entendiendo lo que le estaba diciendo y me hizo sentir que yo ya no era una adolescente, no era uno de ellos. Seguí caminando entre santos esquivando liceales insolentes, y salí. De la cartera saqué unas monedas y se las dí a una de las Señoras que estaban pidiendo. No recuerdo que me haya agradecido, y volví nuevamente a la Plaza.

Me siento en otro banco enfrente a la Fuente de Angelitos, tomo unas fotos. La fuente está en el centro de la Plaza Matriz, todos los caminos conducen a ella. El silencio se recorta con el canto de unos pájaros, cierro los ojos, vuelo con ellos, y cuando los abro descubro un cielo encima mío que se cuela por las hojas verdes de los plátanos. Es un cielo gris. Tomo otra foto.

La tranquilidad transitoria es interrumpida otra vez por grupos sucesivos de liceales que se dirigen a la fuente. Parece que el recorrido es Iglesia- fuente, y quién sabe a dónde se irán después. Pareciera que todos los liceos de Montevideo hubieran coincidido en este aquí y en este ahora, quizás vinieron a buscar lo mismo que yo, quizás ellos lo pudieron encontrar. Tomo otra foto.


La prueba, el documento, embalsamar el tiempo, encapsularlo en un momento, en un hoy instantáneo, en un siempre que ya está muy lejos.

11.45- Tengo la sensación de que no pasó nada, me siento un tanto frustrada. Aún sentada en el banco verde oscuro de la plaza, busco, sigo esperando que aparezca algo, una señal, algo. Mis ojos ven un papelito arrugado entre la madera del banco, me emociona encontrarlo. Resulta ser un ticket de Mc Donalds, dos personas bebieron Coca-cola sentados en este mismísimo banco hace un rato. No recuerdo haberlos visto y eso que a las once ya estaba en la Plaza, claro a esa hora estaba pendiente de las campanadas mirando atentamente la Iglesia y los liceales que iban y venían, imposible que me hubiera dado cuenta. Casi culpable de mi omisión, dejé el papelito en el mismo lugar que lo encontré, quiénes habrán sido, de qué habrán hablado, sentí una inmensa curiosidad. Me paré. Camino rodeando la fuente cabizbaja, decido finalmente abandonar la plaza. Continúa la llovizna fina y fría. No abro el paraguas. Detrás de otro banco verde oscuro- el último de la plaza- cuatro palomas y un gorrión picoteando migas de pan, no comprenden qué es la lluvia, la ignoran, también se ignoran entre ellos y me ignoran a mí que por unos minutos los observo. Les tomo fotos, el gorrión voló, pero las palomas ni se inmutan.

Me siento identificada con su exhibicionismo existencial, y orgullosa de que existan seres de mi especie que las alimenten. Recuerdo a Ramona, una vecina, que se levantaba todos los días a las cinco de la mañana para darle de comer a las palomas de la Plaza. Murió hace muchos años y me alegro que existan otras Ramonas. Dejo que las palomas sigan haciendo de las suyas. De pronto me siento observada. Un perro Siberiano echado me mira. Me acerco, le digo que no puede ser tan divino y le tomo una foto. Se queda inmóvil custodiando la Plaza Matriz, me voy, ya no me mira, dejé de ser parte de ese todo.

Abro el paraguas, me alejo y vuelvo tras mis pasos: la Peatonal Sarandí, la puerta de la Ciudadela, la Plaza Independencia. La Ciudad Vieja, más vieja que siempre, se trasluce detrás de una llovizna fina y fría, que hoy la viste.


Andrea Lasarte "Luz"