jueves, 20 de noviembre de 2008

IRREVERSIBLE

El vestido. Ese que vive
desde hace tiempo en el ropero.
Ese vestido. Mi vestido.
Largo, a lunares rojos
sobre fondo blanco,
el de los volados.
Hace danzar mis recuerdos
cada vez que lo veo.
Ese que pide salir de su funda
cuando abro el ropero.
Yo lo complazco
cada vez que puedo
y desde el suelo, entonces,
a mi mejilla levanta vuelo;
la acaricia
y lánguidamente vuelve a caer;
ya estuvo en mi hombro
y busca otro amparo:
parece saber dónde anidar.
Obedecen mis pies
su natural intuición.
Sí, aquí están
los zapatos de tacón,
los de sevillana,
rojos, con hebillas,
para la otra pasión.


Y a punto de desatar
tanta espontánea emoción,
la realidad nos detiene
sin ninguna compasión:
veintisiete años pasaron
y ya yo soy otra yo.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Insomnio

Escucho un taconeo, el sonido agudo rebota en los zócalos de la avenida desierta, son las dos y media de la madrugada y sé que las flores duermen acurrucadas en los capullos acampanados.
Imagino a una mujer que muerde el codo de un pan con la cara cansada esperando un ómnibus que la transporte hacia su humilde casa luego de una nocturna jornada de trabajo (seguro es una enfermera o una telefonista de radio taxi). A decir verdad imagino tantas cosas! sus tacos no paran de susurrarme nombres al oído: Susana, Marta, Mabel.
Su boca despintada muerde con los dientes una cascara de flauta, esa imagen me quita el sueño (como solo los buenos amantes consiguen hacerlo).
Desde mi cama visualizo una mujer de pollera escocesa con tapado blanco que camina hacia mi, ella viene por un camino de tierra negra y solo puedo ver el damero de franela, lo demás es vacío, oscuridad, misterio.
Los tacos de esa mujer sin nombre me sacuden el alma, acaso serán mis pies desnudos enredados entre las sabanas que quieren ir tras ella?, me digo a mi misma, es solo una señora cansada que espera un ómnibus y que en la espera repasa viejos pasos de danza de salón, pero quizás esa mujer nunca bailó y sea una mujer triste y discreta.
En la oscuridad de mi cuarto modifico el rostro desconocido de la dama, colocándole una cara familiar, armo y desarmo un rompecabezas de bocas y narices, los ojos suelen estar cerrados, inmóviles, aveces consigo ver un párpado que tiembla, pero eso es todo.
Esa mujer de tacos altos lleva por momentos la cara de mi madre, de una tía (idéntica a mi madre), de una almacenera cansada cualquiera, de un perro rabioso, de una administrativa que escribe cientos y cientos de letras en una vieja maquina de escribir de metal verde.
Los pasos se repiten en tres tiempos, como en un viejo vals que escucho con una memoria inventada, con oídos de otro, con vitrolas enmudecidas detrás de los espesos cristales de las vitrinas de una avenida desconocida.
Los tacos de esa señora se lijan entre las grietas de las baldosas manchadas con su sombra, pintadas con su propia silueta, detrás de ella hay un foco de luz blanca intermitente que brilla a pesar de la muchedumbre de mosquitos hambrientos y la calle continua vacía con el mismo olor a orina de siempre.
Esa mujer silba una canción conocida, seguro debo haber escuchado esa melodía en alguna publicidad esta misma noche antes de venir a la cama.
Cuando silba marca el ritmo con un solo pie y con el metal de un anillo de una de sus manos golpea en el fierro congelado de la parada de ómnibus, no hay bocinas, ni perros que ladren, ni gatos maullando en los jardines en flor, tampoco hay camiones que iluminen sus rodillas ni sus dientes.
Mi cuerpo inquieto se sacude de un lado al otro pensando en el vals a tres tiempos, en la melodía mal silbada, en el canino mudo de la cuadra, en la luz blancuzca, en los sueños de los vecinos, en los coros desarmoniosos de ronquidos ajenos.
Intento concentrarme en dormir, pero es tan fuerte la presencia de esa mujer esta noche! que solo consigo imaginar como desilacha el borde de su buzo en la espera.
Es la tercera vez que repito el padre nuestro pero cada vez que lo repito encuentro frases nuevas, cuando rezo lo hago de forma mecánica, como quien entra a una panaderia y pide un pan contando las monedas.
Es por eso que esta noche encuentro nuevos significados en mis oraciones, las luces están apagadas y no hay manchas en el techo ni moscas en los reflejos de los espejos, solo estoy yo y esa mujer que espera el ómnibus a las tres de la mañana, “hagase tu voluntad en la tierra como en los cielos”.
Cuando rezo lo hago con la voz de la niña que creía en dios, la mujer que esta en la calle creerá en dios? mismo si la espera se hace injusta e interminable?
No consigo dormirme, el insomnio tiene cara de mujer cansada sobre un par de zapatos de tacos, escucho como un ómnibus frena con dificultad, ya no es un fantasma de hojalata que nunca pasa y todos mis miedos se fueron con la última pasajera.


Cathy Burghi.

QUE O QUIEN SOY?

¿Qué sería yo sin mis sueños? ¿qué sería sin la esperanza?
¿sin los deseos que me queman el alma?
Y...quizá sería un paria que emula a la mayoría, un títere
cibernético buscando el mejor postor. No, no...creo que sería
un angelical inconformista con ojos de ladrón y amorfa anatomía.
¿Qué digo? Sería el inerte más feliz; el zoquete que busca el
pie donde torturarse, sin opción, a cada paso.
Cuando digo sería, lo digo en serio; ¡sí!
Sería una lapicera sin tinta que logra una revolución dentro de la papelera;
o mejor: el papel arrugado, manoseado y olvidado;
mano derecha del camarada.
¡No! Basta...basta de idioteces. ¡Sí, eso es! Sería un idiota
empecinado en buscar el lugar más adecuado para morir.


- Me queda poco tiempo de luz. Se aproxima la hora. Mi hora
favorita; la que comienza a las diez. Y de ahí en más los
sueños, la esperanza, los deseos se unen en la oscuridad de
mis entrañas; y ya lo sé: no soy nada.
BILU