lunes, 1 de diciembre de 2008

Montevideo, 24/11/2008.

Son la cinco de la tarde, la cinco en punto de la tarde. Estoy sentada en un silloncito negro en el balcón de mi casa. A mi izquierda una mesa ratona de madera oscura, encima un libro, una tasa que hace las veces de florero, un jazmín y un pote de plástico con helado de chocolate. A mi derecha la baranda del balcón, vidrio y metal, luego la calle. Treinta grados, corre una brisa suave, refrescante, imprescindible para hacer llevadera la jornada. Huelo el jazmín con intensidad y el deseo de que su perfume perdure en algún sitio; huelo el libro tratando de descifrar algún secreto que esté por allí escondido, entre tanto encierro y tantas miradas que supimos perder en sus hojas. En este mismo momento, Cathy estás en Paris y son las ocho de la noche, con chocolate, libro y me pregunto si también habrás elegido alguna flor para que te acompañe. A mí también me acompañan el ruido de los motores de los autos, las bocinas, las frenadas, la sirena de una ambulancia que pasa y los cantos de los pájaros que se cuelan por un cernidor invisible y dejan caer la verdadera sabiduría en mis oídos como una fina arenilla. Gala, mi perra, me acompaña en silencio, respetando el momento. Tomo a Fernando entre mis manos, otra vez lo huelo, siento su calor, su presencia lejana, dejo que el azar haga de las suyas, me dejo llevar por mis dedos. Mi pulgar derecho hace correr las hojas del libro, mi mano izquierda aprieta con fuerza su lomo. Ahí, se detuvo mi dedo como una flecha que pegó en el blanco, ese es el poema que voy a leer. Aún no sé cuál es, siento curiosidad por saberlo. Página 137 y 138, LISBON REVISITED. Me siento un tanto defraudada, me hubiera gustado leer otro, mi poema preferido de Fernando Pessoa es Tabaquería. Pero bueno, tengo que ser consecuente y aceptar las reglas que yo misma me puse. Acaso no eso lo que uno tiene que hacer a diario, cumplir las normas que uno se impone. Leeré este, es mi destino que escrito o no, yo lo elegí. (Yo o alguna parte mía, o alguna parte de alguna parte mía, que soy YO al fin). En voz alta comienzo a leerlo:

No: no quiero nada.Ya os he dicho que no quiero nada.¡No me vengáis con conclusiones!La única conclusión es morir.¡No me traigáis estéticas!¡No me habléis de moral!¡Llevaos de aquí la metafísica!¡No me pregonéis sistemas completos, no me pongáis en fila conquistasde las ciencias (de las ciencias, Dios mío, de las ciencias);de las ciencias, de las artes, de la civilización moderna!¿Qué mal he hecho yo a todos los dioses?Si tienen la verdad, ¡guárdensela!Soy un técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la técnica.Aparte de esto, estoy loco, y con todo el derecho a estarlo.Con todo el derecho a estarlo, ¿habéis oído?¡No me incordiéis más, por el amor de Dios!

Al finalizar, experimento una sensación de vacío, soledad, abatimiento. Me sumergí en el texto como quien se adentra en el mar, luché contra una corriente implacable, las aguas estaban frías y revueltas, las olas me cubrían, la espuma apenas me dejaba respirar, pero ahora desde la orilla, todo es tranquilidad. Qué se puede esperar de los demás con esa maniática condición de querer cambiarnos, porque siempre es más fácil querer cambiar a otro que intentar cambiar uno. Introduzco la cuchara en mi boca, como si en el acto de hacerlo me estuviera obligando a dejar de pensar. El chocolate es amargo y las almendras contrastan con su textura, siento el frío del helado que me eriza la piel y a la vez me libera. Quizás sea la combinación perfecta, Pessoa y el chocolate, ese dulzor que nos dejan las cosas amargas, en la boca y en el alma. ¨Pessoa y el helado, ese cálido escalofrío que nos proporciona el equilibrio justo. Me pregunto si vos Cathy estarás saboreando tu chocolate y percibiendo esto mismo, quizás el otoño parisino te haga sentir diferente el sabor del chocolate, o diferentes los versos de Pessoa, quizás aquí en Montevideo todo esté teñido de rosa porque es Primavera. Por cierto, qué poema estarás leyendo, en una de esas te tocó en suerte el que a mí me hubiera gustado leer.
De tanto en tanto huelo el jazmín que me regaló Martín el día de nuestro aniversario (el día que nos conocimos, hace seis años, también me regaló jazmines, pero no se atrevió a entregármelos). Y aquí estoy, con una alegría inmensa, aún luego de leer los versos quizás más tristes, pero que regocijan mi ser, saboreando las últimas cucharadas del helado de chocolate con almendras, oliendo el único jazmín que tengo en mi casa y con la convicción de que allá en París, también Cathy estás saboreando los últimos pedacitos de tu chocolate con una sonrisa dibujada en tu cara.

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